Llevo tiempo queriendo escribir sobre este tema y al leer este artículo me he animado. Me resulta delicado y complicado  ya que, considero que está en la escala de grises que tan difíciles son de definir y de tratar. Los extremos pueden ser la obesidad y los trastornos de conducta alimentaria y en el medio hay numerosos otros problemas o vías de escape en las que la comida también resulta el protagonista; ¿lo más peligroso? que traspasar las lineas de unos y otros es demasiado fácil; por más opuestos que de entrada parezcan tienen demasiadas conexiones, la fundamental desde mi punto de vista: una mala gestión emocional.

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¿No os ha pasado que os premiáis cuando llegáis a casa del trabajo con una rica cena o con un postre? ¿no os resulta difícil ir al cine y no comprar palomitas? o ¿cuándo quedáis con amigos pedir platos diferentes «más sanos» a los que piden el resto?. ¿Por qué las dietas fracasan y la mayoría de los lunes se tiene que volver a empezar? Bien sea por darnos un premio/refuerzo o por el placer que determinados alimentos nos provocan solemos ceder «a la tentación». Además, ¿qué acontecimiento, reunión o quedada bien sea de amigos, familia o trabajo no está acompañada con comida? Tiene un gran componente social, celebramos todo comiendo y bebiendo, normalmente, cantidades por encima de lo que nuestro organismo necesita.

Ni qué decir tiene que la privación y el exceso de rigidez tienen consecuencias más graves, de ahí la dificultad de caer en los extremos que tan peligrosos son, para nuestro cuerpo y en especial para nuestra salud mental.

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¿Cómo identificamos el tipo de hambre que tenemos? Para saber si lo que tienes es hambre física o en realidad es emocional,  un buen truco puede ser preguntarnos ¿si ahora mismo solo tuviera manzanas, me las comería?. ¿No pensáis que muchas emociones nos las intentamos tragar junto con la comida? Nuestras frustraciones laborales, problemas de pareja u otras dificultades que nos surgen en el día a día.

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Estos últimos meses, he dedicado bastante tiempo a entender, con mi propia experiencia (primero como persona, luego orientada a la parte más profesional), cómo poder llevar una relación verdaderamente sana con la comida. No era consciente de lo esclavos que somos con determinas rutinas no del todo sanas. ¿Qué he aprendido? (os podéis preguntar) pues sinceramente… ¡mucho!, especialmente destacaría:

  1. A escucharme. A identificar qué me pasa antes de tomar una decisión emocional y por lo tanto, equivocada, cuando de comida se trate.  Si estoy triste o he tenido un mal día no se va a resolver comiendo cualquier cosa.
  2. A organizarme y planificarme. Huir de la improvisación y del «ya se verá».
  3. La tercera y más importante… ¡Se puede!. A veces se intenta pero no se hace. Hay en determinados momentos que la vida te hace ver que somos más fuertes de lo que pensamos y que podemos conseguir lo que nos propongamos.

Conocernos, respetarnos, poner límites (a nosotros mismos y a los demás) son elementos, desde mi punto de vista, claves para iniciar cualquier objetivo que queramos conseguir.

Desde mi experiencia y extrapolandolo a otras áreas, os animo a que os marquéis metas y objetivos. Porque la satisfacción es aún mayor sabiendo que el camino no es fácil. Y, no olvidéis… ¡SE PUEDE!

¡Gracias por leerme!

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