Esta última semana, a raíz del terrible accidente de avión en el que tantas personas han perdido la vida y el posterior conocimiento que el mismo fue intencionado, de una u otra manera, nos hemos visto envueltos por diversos sentimientos, emociones y conversaciones sobre la tragedia: dolor, incredulidad, frustración, sorpresa, tristeza, ira, empatía…

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Cuando perdemos a un ser querido, el proceso de duelo suele conllevar diferentes fases, con sus tiempos, por supuesto, siempre dependiendo de numerosas variables y de la persona. Las fases comúnmente definidas han sido las siguientes:

  1. Negación: surge ante la incredulidad de que haya podido ocurrir, una defensa de nuestra mente para evitar aceptar la nueva situación.
  2. Ira: enfado, enojo, rabia y resentimiento.
  3. Negociación: negociar con uno mismo o con el entorno la pérdida. Se intenta buscar una solución a la pérdida a pesar de conocerse la imposibilidad de que suceda.
  4. Tristeza-dolor emocional: o si se intensifica esta fase puede ocasionar episodios depresivos.
  5. Aceptación: en esta última fase se asume que la pérdida es inevitable.

Otro planteamiento del proceso es el que comienza con una fase de shock, seguido de una fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida, etapa de desorganización y desesperanza, y otra final de reorganización.

Para el psiquiatra americano R. Neimeyer la evitación, asimilación y acomodación marcan un continuo dentro del proceso. Son diferentes momentos que a veces se superponen, pero también él aclara que muchas personas no atraviesan estas etapas o no las experimentan siguiendo una secuencia rígida o identificable, es decir, la respuesta, la secuencia y la duración de las reacciones varían mucho de una persona a otra.

¿Qué ocurre cuándo el duelo va acompañado de la intencionalidad de hacer daño?

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Como es de suponer, añade más dolor, más incomprensión, más ira, mayor dificultad de aceptar y de integrar la muerte de un ser querido.

Son muchos los que en los medios hablan de qué le pudo pasar al copiloto, de las pruebas psicológicas que pasan este tipo de profesionales, de cómo se pudiese haber evitado tal desgracia… como ocurre a veces, muchos hablan y pocos saben de lo que hablan.

Creo que es un tema complicado y controvertido, pero, me ha parecido interesante compartir este artículo, de Gisela Renes, en el que como profesional opina sobre qué le pudo pasar al copiloto que estrelló intencionadamente el avión. Nada es justificable, faltaría más, pero, en ocasiones, la ignorancia es muy atrevida y el desconocimiento de las enfermedades mentales es tal que nos lleva a realizar juicios erróneos y, como expresa esta psicóloga “Los que están en terapia no son los locos, como muchos creen. Lo son aquellos que creen que pueden con todo sin ayuda de nadie, aquellos que aún piensan que sufrir es de débiles mentales y que hay que ser fuerte, sin más, sin detenerse ante nada”. Otros expertos creen que diagnosticar a esta persona tan sólo como alguien que está sufriendo un episodio depresivo es simplista e incluso ofensivo, matizando «tiene que haber algo más, una depresión no provoca esto».

La psicóloga miembro del SEM que ha acompañado a las familias de las víctimas del accidente aéreo explica en este vídeo, las reacciones ante este tipo de sucesos traumáticos y cuál suele ser la labor de los psicólogos que atienden a las familias de los fallecidos.

Desde aquí, mi más sincero pésame a todas estas familias..

Nada bueno sale de estas tragedias, sin duda, tan sólo, que seamos algo más conscientes de la importancia de vivir el día a día, ya que, no sabemos qué puede ser de nosotros mañana. Ese famoso…Carpe Diem.

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Gracias a los que me seguís y, especialmente, a mi fotógrafo favorito por dejarme utilizar sus magnificas fotografías para mi blog… ¡Gracias!.